/Verónica CASTREJÓN ROMÁN
Acapulco; Guerrero, a 28 de octubre de 2024.- Con lágrimas, aplausos y discursos,
familiares, amigos, empleados y clientes acompañados de sus mascotas perrunas
despidieron ayer a Víctor Robles Espinoza, veterinario asesinado el viernes, después
de haber sido secuestrado.
Si se pudieran tocar el dolor, la desesperación, la ira, la
desesperanza y la tristeza, se pudiera decir que esta mañana se abrazaron, ahí,
enfrente de la Veterinaria África, negocio del desaparecido doctor de
animalitos.
La tarde brillaba con el sol de las 2 y media de la tarde; el
calor se solazaba en los cuerpos vestidos de blanco, en las manos que apretaban
rosas o globos blancos y en los ojos que no dejaban de supurar dolor.
Enfrente del establecimiento, unas 200 personas, entre niñas,
niños, jóvenes y adultos, muchos de ellos sosteniendo las correas de sus
caninos o con ellos en sus brazos, esperaron media hora el arribo del joven
profesionista para despedirlo, antes de ser llevado a su última morada.
Los aplausos, vítores, porras y sollozos se sumaron a los
aullidos y ladridos de las mascotas, como si ellas también dieran el último adiós
a quien las cuidó y curó cuando su vida parecía una gran avenida.
“¡Justicia, justicia; queremos justicia y paz!”, exclamaban.
“Señora Abelina, señora gobernadora -gritó-, ¿dónde está?; la
necesitamos aquí, entre nosotros; la necesitamos los buenos, la necesitamos la
gente honesta que trabajamos día a día, que nos levantamos temprano y que
luchamos porque nuestros hijos tengan una vida mejor”.
La desesperación brincaba en sus ojos cuando de su garganta salió un ”¡BASTA YA!” y el lamento porque ahora se vive con miedo y necesidad de tranquilidad.
Formados todos los que llevaban mascotas, con sus perritos en
brazos, entraron uno a uno a la veterinaria en donde estaba colocado el ataúd y
lo sellaron con las patitas caninas en señal de despedida.
Así, con los hombros sacudidos por sollozos, hombres, mujeres,
niñas y niños, dieron el último adiós al veterinario Víctor, cuyo cuerpo fue
encontrado al otro día del secuestro, en la colonia Cumbres de Figueroa.
Su esposa, Blanca Lucero Torres Piedra, estoicamente contenida,
desfiló al lado de su hijo hacia la carroza. El niño sostenía una foto de su
papá, misma que después fue levantada por su madre para dar las gracias a todos
por las muestras de dolor y de cariño, hacia su esposo.