La iglesia católica sugiere diálogo y participación de autoridades y sociedad, para abatir violencia e impunidad

Redacción
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*El arzobispo de Acapulco advierte que no basta solo la coacción del Estado, y llama a la sociedad a mostrar respeto por el otro

*“Nos destruimos. Cuidemos la forma de mirarnos unos a otros”, conmina

/Verónica CASTREJÓN ROMÁN

Acapulco; Guerrero, a 16 de septiembre de 2024.- Luego de enfatizar y reconocer a quienes participaron en la lucha independentista iniciada en 1810, el arzobispo de Acapulco, Leopoldo Gonzáles Gonzáles, advierte en su comunicado dominical, que indigna la violencia cruel que azota al país, traducida en ejecuciones, “cadáveres  de hermanos nuestros desmembrados o encajuelados”, desaparición de personas, extorsiones y cobros de piso, y reclama que “ese no es el Estado de derecho en el que es posible vivir”, sino “un régimen de miedo que nos destruye”.

“No nos acostumbremos a mirar esta situación como algo normal”, conmina, y advierte que, si las medidas para abatir la inseguridad no han dado los resultados esperados, “el diálogo y la búsqueda conjunta de autoridades y sociedad pueden dar con mejores estrategias conforme a derecho”.

Enseguida bendice “a todas las personas que a lo largo de nuestra historia han contribuido y siguen contribuyendo a la construcción del bien común en nuestra Patria, de manera heroica en los momentos críticos o con su entrega diaria en el cuidado del hogar y en el cumplimiento responsable de sus trabajos cotidianos”.

Monseñor Gonzáles Gonzáles llama, a las autoridades responsables, a abatir el alto índice de impunidad que, “por corrupción o incapacidad, ha propiciado el incremento de crímenes y delitos” y las insta a cumplir con su obligación de garantizar la seguridad de las personas y de sus bienes y de administrar justicia, conforme a verdad y derecho.

Y recalca que en la ruta a seguir que sugiere la ‘Agenda Nacional de Paz'", se señala la necesidad de recuperar la confianza en las instituciones: "Instituciones que garanticen procesos de verdad, justicia, reparación y reconciliación, que lejos de ocultar o tergiversar la información sean capaces de promover la reparación y sentar las bases de la no repetición del daño…".

Pero, el arzobispo de Acapulco hace un llamado a la comunidad entera, pues señala que la sola coacción externa para asegurar el buen comportamiento de las personas que conforman la sociedad no basta, aunque es necesaria, y sugiere el respeto como antídoto de la violencia:

“El respeto a uno mismo y a los demás, brota desde dentro de nosotros mismos: todos nos necesitamos, somos un bien para los demás y al serlo realizamos nuestra humanidad. Cuando elegimos el mal, como la experiencia nos enseña, destruimos las bases de la verdadera justicia que hace posible la paz de una auténtica libertad”.

“Nos destruimos”, acusa, y por eso, conmina a cuidar la forma de mirar al otro. Ejemplifica con la guerra de Independencia: “La historia nos enseña que mientras nuestros antepasados se miraron unos a otros como enemigos, como engendros del mal, buscaron destruirse, y fueron más de 10 años de enfrentamientos y destrucción”.

Leopoldo Gonzáles rememora en sus líneas la escasez de alimento que hubo esos años, las epidemias que entonces diezmaron la Ciudad de México, y a las niñas y niños que quedaron huérfanos, “muchos de ellos testigos de violencias muy crueles”.

Después hace alusión al decreto en el que, en 1811, don José María Morelos, expresaba que criollos y mexicanos eran americanos, “para que, mirándonos como hermanos, vivamos en la santa paz que nuestro redentor Jesucristo nos dejó cuando hizo su triunfante subida a los cielos…".

El arzobispo culmina con el abrazo de Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide con el que en febrero de 1821 acabó la lucha armada “y dio comienzo a otro período de nuestra historia. Los dos ejércitos se vieron buscando lo mismo, el bien común de nuestra Patria, libertad, justicia e igualdad”.

Y abogó por que “así podamos vernos entre nosotros, todos en búsqueda del bien común, necesitados unos de otros, un bien unos para otros. Todos hermanos, hijos de Dios nuestro Padre.

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