*Niñas
indígenas de Guerrero siguen sufriendo abusos
*Un bloque
negro pintó una estatua, fachadas comerciales y paradas de autobuses
Por Verónica CASTREJÓN ROMÁN
Acapulco, 8 de marzo de 2022. Centenares de jovencitas,
mujeres, niñas y madres de familia marcharon este 8 de marzo portando en sus
manos pancartas con parte de una historia de vida que ratificaron las consignas
con su voz: ¡Este sistema está mal, nos queremos vivas!, ¡ni una más!
Más que una protesta, parecía una fiesta, una fiesta que, no
obstante, invitaba al llanto por las cifras de dolor: Guerrero ocupa el cuarto
lugar nacional en muertes por aborto y “en México se cometen alrededor de 600
mil delitos sexuales, de los cuales el 94 por ciento no se denuncia”,
advirtieron.
Casi a las cuatro de la tarde, la mancha negra y violeta
inició su actividad. Se movió lenta y segura. Iban solas, porque como dice la
consigna: “Si la policía no me cuida, me cuidan mis amigas”.
Con batucada, rondas feministas y brincos y cantos, cerca de
mil dolidos corazones femeninos latieron presurosos sobre el asfalto de la
avenida Costera en donde por vez primera en este puerto, en una marcha de
mujeres un “bloque negro” pintarrajeó el monumento de Mahatma Gandhi, fachadas
de centros comerciales y paradas de autobuses.
Las mujeres del bloque negro “son feministas radicales que
hacen iconoclasia”, explicó una de las organizadoras, quien sostuvo que además,
son las que contienen a la policía en casos de represión. Según lo describe el
antropólogo Rodrigo Díaz Cruz, la iconoclasia “es un modo de protesta, que
involucra la destrucción o intervención de símbolos, imágenes o monumentos con
un fin, ya sea social o político”.
Cada pancarta
era el trocito de un pasaje de vida: “Grito por las niñas a las que les
quitaron la voz”, “Las niñas no se tocan, no se violan, no se matan”, “Hoy
lucho por las que ya no están y las que aquí seguimos, no sabemos hasta
cuándo”, “Que haber nacido nena no sea mi condena”, “Alto a la venta de niñas”,
“No quiero tu sucio piropo machito perdedor”, “Señor, señora, no sea
indiferente; se mata a las mujeres en la cara de la gente”, “Mujer, hermana, si
te pega no te ama”, “Camino a casa quiero ser libre, no valiente”, “Luchando
para que ninguna niña viva lo que yo viví”, “Ma, si no me encuentras, búscame en las
estrellas”.
Y sus letras de
molde también reflejan el hartazgo por la impunidad: “No se juzga con perspectiva de
género, ni siquiera el tipo penal de feminicidio, pese a tener una Fiscalía
Especializada, no hay protocolos locales o estatales para la investigación y
persecución. La negligencia y desinterés de las autoridades deriva en que
delitos, como la violencia familiar, lesiones o amenazas, terminen en el
asesinato de cientos de mujeres”.
“Una se vuelve
feminista con su propia historia”
Así lo denunciaron en su pronunciamiento al término de la marcha con la
que conmemoraron el Día Internacional de la Mujer.
Pero también en sus pancartas dejaron ver la desconfianza que
tienen para con las autoridades: “Cada vez que muere una mujer, el Estado es
cómplice”, “Si la policía no me cuida, me cuidan mis amigas”. En su discurso
denunciaron que el sistema de justicia, de salud y las instituciones, no solo
son omisas, sino cómplices.
“Los tres poderes de la unión, en el estado,
están no solo lejos de trabajar en conjunto, sino también están lejos de
actuar a favor de las mujeres y las niñas”. De nada sirve que repliquen
discursos vacíos, dijeron, pues solos
promueven la invisibilización de las mujeres de la historia, y urgieron a que
se realicen acciones afirmativas, transversales, interinstitucionales y con
enfoque de género.
A su arribo al asta bandera, después de casi dos horas de
caminata, gritos, cantos y batucadas; “¡El que no brinque es macho!, las
feministas bloquearon ambos sentidos de la Costera durante media hora, espacio
en el que pintaron consignas en la barda de piedra del parque Papagayo,
instalaron un tendedero y sanaron su niña interior con breves relatos en
cartulinas de sucesos trágicos en su vida por el hecho de haber nacido mujeres,
e hicieron su proclama política.
Denunciaron que
en el estado
de Guerrero tenemos doble alerta de género, por feminicidios y por agravio
comparado, y pese a ello, el Código Penal del Estado no está armonizado con las
leyes nacionales e internacionales, “por lo que en consecuencia lo que se
encuentra en la formalidad, no se ve reflejado en la sustantividad, pues aún se
nos obliga a enfrentar procesos largos y revictimizantes para poder abortar,
incluso en casos de violación”.
Señalaron que, “entre otras formas de violencia nos enfrentamos a
matrimonios infantiles que significan maltrato físico, psicológico y sexual,
producto de prácticas crueles que muchas veces culminan en esclavitud y
feminicidios” y denunciaron que en esta
entidad, el 11.1 por ciento de las niñas de entre 15 y 17 años se encuentran casadas
o en unión libre.
Debajo del lábaro patrio, ahí, frente a la majestuosidad del mar, conmovida,
una de las oradoras a gritos calificó a las autoridades de pasivas, porque en
Guerrero permiten que las niñas indígenas sigan sufriendo abusos, tratos
crueles inhumanos y degradantes.
“¡Son niñas, no madres, no esposas, no objetos de consumo!”, gritó al
borde del llanto.
Liberada ya la Costera, al filo de las 6 y media de la tarde, las feministas emprendieron la última tarea:
Una Fogata para quemar a violadores y acosadores.
“Mujer, no llores; habla”
Sentadas en círculo, las feministas colocaron al centro una cubeta con
sustancias inflamables a las que prendieron fuego para invitar a quien sí
quisiera, a pasar al centro y narrar, enfrente de todas actos de violencia
machista que dejaron marcas en sus vidas.
El grito de “¡No estás sola, hermana; yo sí te creo!”, retumbó decenas
de veces en los oídos de las ahí presentes. Historias que sembraron mucho dolor
y en el que las madres de familia jugaron un papel muy importante, pues, lejos
de creer en las versiones de sus hija de 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12… y hasta
16 años, prefirieron voltear de lado, y hacer como si eso no existiera, en el
mejor de los casos, o las responsabilizaron de las violaciones y abusos
sexuales de las que fueron objeto.
En cada participación, llovieron los abrazos y los gritos de manada con
los que cobijaron a la víctima en ese momento de liberación: “¡Hermana, no
estás sola, yo sí te creo!”
Después del desahogo, daban el nombre del agresor y mostraba su
fotografía, decían en dónde vive o en dónde estudia y el grito general era:
“¡No va a caer, lo vamos a quemar!”. Ahí, padrastros, amigos de las madres,
tíos, hermanos, amigos, primos, trabajadores de escuelas y conocidos fueron
denunciados como pedófilos, abusadores y violadores y, como exigieron en una
pancarta, reclamaron: “¡Que los secretos
familiares dejen de encubrir abusadores!”.
Al final del testimonio, todas a coro: “¡Tranquila, hermana, aquí está
tu manada!”; “¡Ya no señores, se les acabó; jamás tendrán la comodidad de nuestro
silencio!”.
Detrás, el tumbo de las olas y en el aire el eco de las voces “¿Estás
cansado de oírlo?, nosotras de vivirlo”; en la conciencia, la comprensión y la convicción: “Si un día no
aparezco, que no se prendan velas, ¡incendien barricadas!”